El Betis ha tenido esta eliminatoria absolutamente en su mano, con pie y medio en la final, tras adelantarse con el 2-0 en el Villamarín.

El Valencia, que estaba en una situación complicada, fue capaz de igualar a 2.

Esta competición no suele perdonar este tipo de despistes, pasa factura en los 180 minutos, y rara vez da segundas oportunidades en tan poco espacio de tiempo.

El Betis, tras tenerlo todo a favor en su propio estadio, sabe en su fuero interno que su momento no ha sabido aprovecharlo. Y esto le va a pesar cuando se dé cuenta de verdad de la que se le viene encima. El Betis nunca ha padecido una verdadera noche mágica de Mestalla, que es lo que intuyo que puede pasar hoy.

Ese día en que los astros se alinean de nuevo, en que afición y equipo se compenetran, y los sueños se vuelven a reeditar tras once años de sequía.

A pesar de que el Valencia sólo sabe empatar esta temporada, a pesar de que el 0-0 y el 1-1 le clasifican, e incluso el 2-2 le permite jugársela en la prórroga, y a pesar de que Marcelino sabe que este partido primero se juega con la cabeza y después con el corazón; a pesar de todo ello, intuyo que este no va a ser un partido de medias tintas, o se va hacia la gloria, o se hunde en la más absoluta decepción, como corresponde a ese tipo de partidos donde hay tantísimo en juego.

En definitiva, o el Betis adelanta sus particulares fallas en Valencia y deja Mestalla en un silencio y/o bronca monumental, o padece lo que ya muchos equipos han sufrido en el pasado, tanto en eliminatorias de Copa, como de Europa League y Champions.

El reto es para esta generación de jugadores del Valencia, que, o se doctoran hoy en ser capaces de conseguir algo verdaderamente ilusionante para una necesitada afición, o habrán perdido una gran oportunidad de salir de su mediocridad, y de demostrar por qué están en un grandísimo club.